Sergio Sergi I
Sergio Sergi. Cuando a uno le interesaba el dibujo, el grabado y el humor gráfico en Mendoza, ese nombre de aparecía siempre por ahí. Luis Scafati lo nombraba como un referente y heredó de su tórculo. En los años (mil noveientos) noventa, la revista Diógenes de Alejandro Crimi empezó a re-publicar los grabados de Sergi y darlos a conocer a un público jóven.
Segio Sergi, pseudónimo de Sergio Ludovico Hocevar (1896, Trieste, Austria; 1973, Mendoza, Argentina), hizo la primera Guerra Mundial, se fué a Argentina, donde hizo publicidad, grabado, dibujo, y docencia. Van aquí algunas de sus conocidas xilografías humorísticas.
En el numero 15 de la desaparecida revista digital Sacapuntas, Diana Benzecry y Luis Scafati le rinden homenaje.
Sergio Sergi, Interior. 1944, xilografía. |
Sergio Sergi, El Grabador. Xiloggrafía. |
Sergio Sergi, Luchadores. 1936, Xilografía. |
Julio Cortázar, Sergio Sergi y Susana Ortega de Hocevar en Mendoza, en 1973. |
Sergio Sergi por Luis Scafati.
En los años 70 fui estudiante de la facultad de artes de la UNCuyo. Allí fue donde escuché por primera vez el nombre de Sergio Sergi. Hacía pocos años se había jubilado como profesor pero todavía flotaba en el ambiente su recuerdo inolvidable. Luis Quesada, Comadrán, Ducmelik, Beatriz Capra eran mis profesores y lo admiraban.
Muchas anécdotas que circulaban fueron armando en mí un retrato de este extraño personaje. Algunos comentaban que había sido un excelente maestro en el arte del dibujo aunque con un carácter irascible, alguna vez ante un defectuoso trabajo de un alumno no se le ocurrió mejor corrección que levantar el tablero y querer partirlo en la cabeza del aprendiz. A otros trató de desalentar en sus infortunios con la carbonilla aconsejándoles que siguieran otra carrera para la cual
tuvieran más condiciones.
Sus xilografías siempre me impresionaron. Tenían una impecable factura y me gustaba ese extraño humor que ejercía. Uno de los primeros grabados que conocí de él se llama “El sacacorchos”. Tenía algo inquietante que me atraía, un hombrecito encerrado en un botellón observa angustiado la punta de un sacacorchos que entra por arriba y amenaza su testa. Esas dos figuras quedaron pegadas a mi memoria para siempre. Es una estampa extraordinaria.
Toda su obra está atravesada por cierta perfección que no pasa inadvertida. Son grabados de pequeño formato, son grandes de otra manera. Partía de muchos dibujosprevios donde iba buscando la síntesis. Luego los pasaba a la madera. Generalmente hacía siete o más versiones con la gubia hasta quedar con la definitiva, aquella que lo satisfacía.
Muchas anécdotas que circulaban fueron armando en mí un retrato de este extraño personaje. Algunos comentaban que había sido un excelente maestro en el arte del dibujo aunque con un carácter irascible, alguna vez ante un defectuoso trabajo de un alumno no se le ocurrió mejor corrección que levantar el tablero y querer partirlo en la cabeza del aprendiz. A otros trató de desalentar en sus infortunios con la carbonilla aconsejándoles que siguieran otra carrera para la cual
tuvieran más condiciones.
Sus xilografías siempre me impresionaron. Tenían una impecable factura y me gustaba ese extraño humor que ejercía. Uno de los primeros grabados que conocí de él se llama “El sacacorchos”. Tenía algo inquietante que me atraía, un hombrecito encerrado en un botellón observa angustiado la punta de un sacacorchos que entra por arriba y amenaza su testa. Esas dos figuras quedaron pegadas a mi memoria para siempre. Es una estampa extraordinaria.
Toda su obra está atravesada por cierta perfección que no pasa inadvertida. Son grabados de pequeño formato, son grandes de otra manera. Partía de muchos dibujosprevios donde iba buscando la síntesis. Luego los pasaba a la madera. Generalmente hacía siete o más versiones con la gubia hasta quedar con la definitiva, aquella que lo satisfacía.
Lo solía encontrar en el centro de la ciudad, le gustaba recorrer las calles con su pipa, tenía un humor rabelesiano, miraba distraídamente el paso de féminas pulposas, muchas de las cuales aparecían en sus grabados. Alguna vez me dijo: el grabado debe ser chico. Yo hacía desmesuradas maderas.
Muchos no saben que trabajó en una importante agencia de publicidad en Buenos Aires y allí diseñó la mítica cabeza de Geniol. Fue amigo de Juan De Dios Mena, un escultor chaqueño que supo hacer el retrato de los modestos paisanos que lo circundaban. Siempre sentí que de alguna manera los
personajes de Sergi estaban emparentados con los de este artista.
Muchos no saben que trabajó en una importante agencia de publicidad en Buenos Aires y allí diseñó la mítica cabeza de Geniol. Fue amigo de Juan De Dios Mena, un escultor chaqueño que supo hacer el retrato de los modestos paisanos que lo circundaban. Siempre sentí que de alguna manera los
personajes de Sergi estaban emparentados con los de este artista.
Sergio Sergi era un gran lector, amigo de Julio Cortázar con quien se escribía. Por su casa pasaron personajes notables, artistas, músicos, periodistas que dejaban un recuerdo estampado en una de las paredes. Alguna vez estuve allí y nunca olvidaré un diablito dibujado en esa pared por Quino, o una frase de Jacobo Timerman. Había allí una colección de objetos estrafalarios junto a varias paredes con libros. Era un lugar cordial y misterioso.
Mi última imagen de él es en el féretro, una noche de invierno. Hoy guardo en mi taller una pequeña prensa de grabado que fue suya, una reliquia. Sus grabados siempre me acompañan y no me canso de estudiarlos.
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Mi última imagen de él es en el féretro, una noche de invierno. Hoy guardo en mi taller una pequeña prensa de grabado que fue suya, una reliquia. Sus grabados siempre me acompañan y no me canso de estudiarlos.
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