Oski


    

 



Por qué leer los clásicos
Por JUAN SASTURAIN

Este país no ha dado muchos artistas de la calidad y originalidad de Oscar Conti, más y mejor conocido como Oski. Nació en Buenos Aires en 1914 y se murió también acá, hace veinte años exactamente, cuando vino –vivía en Milán por entonces– para una muestra internacional de humor y terminó operado de urgencia y de últimas en el Clínicas. Tenía sólo 65 años pero era El Viejo Oski desde hacía rato, un artista, un personaje único, amado y temible. Más alto de lo que parecía por los hombros cargados del rugbier que insólitamente había sido, con una melenita blanca y tierna, anteojos de marco grueso para ojos vivaces y pocas palabras incisivas, Oski era –sin excesos– un genio.Un genio “confinado” voluntariamente a ese territorio marginal de la creatividad y el talento que suele ser el humor gráfico. El arte de Oski, sin embargo, no consistía en “hacer chistes” –que los hizo en Rico Tipo, de por miles– ni en crear historietas –que lo hizo: su famoso Amarroto, también en la revista de Divito– sino en ilustrar, comentar con su dibujo desde la Biblia al Kamasutra, del Fausto de Del Campo a los cronistas de Indias. Una vez “pasados por Oski” esos textos dejaban de ser lo que eran para convertirse en pretextos, disparadores de un mecanismo humorístico originalísimo: la literalidad gráfica (dibujar morosamente lo escrito) y la adhesión “ingenua” a su ideología. El efecto es una mirada única, entre corrosiva y piadosa, siempre reveladora y de absoluta originalidad.La filiación gráfica de Oski le debe tanto a la modernidad de Saúl Steinberg como a los grandes grabadores –”sobrino nieto de Durero” lo definió Sábat–, a la pintura “narrativa” medieval, a la gráfica de los viejos libros iluminados. Pero la construcción de su particular mirada data, puntualmente, del encuentro con Carlos Warnes en los años 40. Como César Bruto, Warnes sometió al lenguaje al mismo tratamiento que Oski le propinaba al dibujo: brutal ingenuidad y aparente torpeza para ironizar, calar hasta el hueso. Hicieron juntos genialidades como el diario Versos y Notisias (sic) en Rico Tipo, biografías de personajes célebres, el Medisinal Brutoski Ilustrado, miles de cosas. Después, Oski buscó y encontró textos que planteaban lo mismo que los de César Bruto sin proponérselo, y los ilustró con el mismo fervor. El resultado fueron sus obras maestras. La aparición o reaparición de un libro de Oski es siempre un acontecimiento editorial. La colección Enedé ya rescató hace unos años la memorable Vera Historia de Indias; ahora le toca a los Comentarios a las Tablas Médicas de Salerno, una obra que por envergadura –“por la calidad y ambición de sus dibujos”, dice Pablo De Santis en el prólogo– no es menos significativa que aquélla. Y es cierto. La versión de los textos del siglo XII comentados por el maestro Bernardo Provenzal y vueltos a “comentar” gráficamente por Oski en los años 70, durante su estadía en Italia, son una genuina proeza gráfica.Realizada por encargo del Laboratorio Serono, de Roma, la serie de cuatro docenas de láminas cuadradas que acompañan cada uno de los textos originales de las doce tablas fue publicada originalmente por la Milano Libri y recogida en su versión castellana por Lumen, de Barcelona, en 1975. Ahora, por primera vez, Colihue publica el libro en la Argentina en una edición muy digna y cuidadosa de los originales. Oski realizó un trabajo de minucioso plumín –no hay pincel, no hay negros plenos ni tramados mecánicos– y la reproducción ha respetado tanta sutileza: sin empastes, hasta el trazo más fino queda registrado. Los minúsculos detalles con que Oski daba cuenta documental de cada mundo que reconstruía, los ebrios pajaritos sin alas, las consabidas medias perdidas, la fantástica flora personal... Todo está ahí, gloriosamente desplegado. De igual modo, se ha conservado el texto previo de Javier Lentini para la edición española, centrado en la ubicación del maravilloso texto original, y Pablo De Santis ha hecho su prólogo con aguda y amorosa solvencia: “Dice Bernardo Provenzal que la flor del azafrán oriental produce una dilatación del corazón que hace morir a la gente de risa. Laobra de Oski, como la flor del azafrán, también hace reír, pero primero llega al corazón”, concluye. Es que en estas páginas saturadas por el dolor y aturdidas de pacientes alaridos universales, la esperanza no está en los ungüentos de estiércol o las pociones de vidrio molido sino en la posibilidad de reír, el único santo remedio.

Pagina 12, 1999.









 Algunos chistes aparecidos en Rico Tipo, de la época en que Oski se iba deshaciendo poco a poco de sus influencias y forjaba su lenguaje propio.

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